“El verdadero defecto de la democracia es su excesiva porosidad,
lo peor de la sociedad puede fácilmente filtrarse y convertirse en gobierno”.
Rosa Montero
Escritora española.
Por Francisco Solís Peón
Me tocó verlos en diversas ciudades del México de los ochenta, siempre por cuestiones electorales. Posteriormente como diputado fui testigo en el barrio de Tepito de cómo los intereses encontrados concluyen en el enfrentamiento estéril.
Pero ni en la peor de mis pesadillas soñé verlos en las calles de mi niñez, sangrantes, adoloridos, con rabia e indignación infinitas. Solo que esta vez no era una cuestión de votos, tampoco de espacios para ejercer el comercio informal; no eran maleantes ni fanáticos, eran ciudadanos comunes y corrientes, integrantes de lo mejor de la sociedad: académicos, estudiantes, amas de casa, empresarios; gente productiva que no necesita del gobierno para vivir.
La mayor parte de ellos nunca habían participado en una manifestación pública, ejercían su derecho cívico del disenso con la autoridad, el más elemental de todos en una democracia.
¿Qué necesidad había de los golpes? ¿Por qué la represión sobre quienes únicamente defienden su bello entorno, su forma de vida, en suma la Mérida que en teoría todos amamos?
¿En qué momento arribó la violencia a “la ciudad de la paz” y precisamente en “la fuente de la paz”? Nuevamente nuestras autoridades nos colocaron en el centro de la opinión pública nacional como tema de burla, de sorna, y hoy por primera vez somos objeto de lástima.
La situación es tan absurda que difícilmente, para alguien que no es es yucateco, resiste un análisis serio: La autoridad municipal anuncia un día con bombo y platillo una obra que cambiaría para siempre el rostro de la ciudad, por cierto una obra equivalente a realizar un túnel por debajo del Ángel de la Independencia. Dice que va a cerrar la zona, a perjudicar a docenas de negocios, a talar más de treinta árboles, a desquiciar la vialidad en aras de mejorarla. Nunca presenta los estudios correspondientes, ni hace público el origen de los fondos que eventualmente la costearían.
Esa misma autoridad que un año antes había ofrecido en plena campaña electoral “escuchar siempre a los ciudadanos”, que unos meses antes organizó una consulta pública carísima para determinar el derrotero del carnaval y que ahora no daba explicaciones, solo se limitaba a repetir una y otra vez un guión plagado de incoherencias, desafiante en todo momento del sentido común.
Para cualquier gobierno del mundo la represión hacia sus habitantes debe ser el último recurso, en lugar del diálogo la alcaldesa prefirió gamberros, golpes, policías, perros de ataque y una cuota de violencia a la cual los yucatecos bien nacidos simplemente no estamos acostumbrados ¿Qué manera más triste de pasar a la historia?
Hoy Angélica Araujo amaneció con muchos más enemigos de los que tenía ayer, y lo que falta…… ¿Por qué?
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